domingo, 28 de marzo de 2010

Repentina reflexión


De pronto, levanté la mirada y en medio de la opacidad, vi una niña de cabellos negros, lacia, sus ojos estaban llenos de una alegría exorbitante, de esas que a veces te sientes incapaz de experimentar, corría torpemente mientras su padre la seguía con los brazos extendidos, llenos de ternura y de un orgullo desmedido por su pequeña.

Me pregunté qué hacían a esa hora y los miré por un breve instante mientras me perdía en mis cavilaciones. El padre se encontró con mi mirada, le sonreí débilmente.

Recordé pues, inevitablemente a mi padre y no casualmente por haber recordado alguna situación similar con él sino por la cantidad de veces que me pregunté porque yo nunca pude llevar una relación así con él. Y sí, fueron muchas las veces que me sorprendí desprendiendo una lágrima al presenciar escenas semejantes: el día del padre, reuniones en el colegio, la ceremonia de graduación, en fin tantas ocasiones…

Sin embargo, no lo juzgo ni le reprocho. Su peculiar forma de ser o de querer, ya que él decía quererme aunque a su manera, fue muchas veces oportuna y me enseñó a ser independiente. Tampoco voy a negar que no me hiciera falta, tal vez un mimo o alguna muestra de cariño, pero cómo pedirle a alguien un poco de lo que no le dieron.

Mi papá es de las personas que muestran una fortaleza inextinguible, un hombre capaz de todo, el cual, si bien no siempre le fue bien está orgulloso de lo que hace. Proclama amar el trabajo y al igual que yo tiene la teoría de que al hacer lo que nos gusta vamos a ser felices así vivamos debajo de un puente con cinco perros roñosos y un colchón de paja.

No obstante, hoy he caído en la cuenta que aquel hombre que aparenta tal vigor también es un mortal, un persona común y corriente que esta inmune a cualquier adversidad, hoy he caído en la cuenta que puedo perderlo. Usualmente no suelo pasar por estas cosas pero hoy me lo he permitido, me he puesto a pensar en lo valioso que es tener a una persona con la que sabes que puedes contar, con la que si bien no estás siempre o no pasaste gran parte de tu tiempo sabes que está ahí y de alguna forma te ayudará.

Suelto una leve sonrisa, mientras me froto las mejillas empañadas de lágrimas, no es posible que mi padre, ese hombre tan frío, me haga sentir de esta manera y me transmita tanta confianza a pesar de su aparente indiferencia. Claro, es mi padre a pesar de todo.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Amargura


Y lentamente voy recordando aquel dolor tan fuerte que se siente en el pecho, aquella opresión lacerante. Las lágrimas quieren brotar, incesantes, de mis ojos pero me abstengo. Mi orgullo puede más. Sonrío forzadamente. Simulo lo mejor que puedo pero ya no puedo más; el dolor me carcome, me consume hasta el punto de echarme a llorar como una niña que ha perdido su objeto más preciado. Huyo de allí.

Y ahora estoy aquí sentada, en el mismo sillón sombrío donde el viento despiadado no tiene compasión y sin embargo parece tratar de aliviar las penas, como aquellos tiempos en que sentía que la suerte, el destino, la vida me era adversa y solo me quedaba escribir para liberar mis sentimientos. Ha pasado ya mucho desde eso, empezaba a olvidar tal sensación. Malditas punzadas que calan justo en el medio del corazón, el amor es una mierda- pienso, cuando me recobro en cierta forma de la conmoción. Empiezo a escuchar nuevamente mi música estruendosa que solía acompañarme, siempre fiel, en mis días infortunados de congoja y amargura interminables, esa música que te transporta a un mundo inverosímil y un tanto inusual, en donde te olvidas de todo y la fascinación recorre por cada rincón de tu alma. Unas cuantas lágrimas brotan nuevamente, esta vez son de amargura:

Me enamoré de ti maldito y no te diste cuenta. Eres tan bobo que me heriste de la forma más insoportable sin siquiera percatarte. Mis ilusiones se rompieron y con ellas todas las pequeñas motivaciones que hacían que me despierte y vea el mundo de un modo distinto al que veía antes; antes de que aparezcas tú con tu estilo desvergonzado y atrayente con el que te comportabas siempre sin importar lo que podrían pensar de ti. “La vida es muy corta para andar fijándose en lo que dirá la gente” me decías. Te miraba con cara de tonta, desconcertada por cada una de tus palabras y la forma en que veías el mundo. Me sonreías y me despeinabas el cabello. Y ahora tengo que tragarme todo ese sentimiento, dejarlo ir y hacerle cuenta que nunca existió.

¡Auch! Siento de nuevo ese retortijón que hace que me encorve ligeramente y sacuda mi cabeza tratando de alejar tus palabras de mi mente. Es mejor ya no recordar; posiblemente sea la última vez que hable de ti y aunque aún te quiero trato de odiarte, odiarte a pesar de que cada una de mis células se resista y parezca confabular para no olvidarte.